La palabra éxito, en una de sus tantas definiciones, alude al resultado feliz de una negociación, actuación o investigación. Pero ese resultado, ¿es también sinónimo de felicidad para nosotros? Ese logro obtenido -la mayoría de las veces a través de grandes esfuerzos-¿nos garantiza un estado interior de paz, armonía y plenitud?
Generalmente, no. ¿Por qué? Porque para conquistar el éxito se requiere una preparación previa; más tarde un aprendizaje inteligente para saber manejarlo y, finalmente, la clave de todo: sacar provecho del éxito, mantenerlo y hacerlo fructificar.
Ganar un espacio reconocido y aun más, "prestigioso" en la sociedad no responde a una serie de acciones mecánicas o automáticas; no se trata de una lucha feroz por la sobrevivencia, sino de un juego sutil, tan delicado como apasionante.
Y como en todo juego, no hay ciencia ni matemática exacta, existen imponderables que, aunque parezcan banales, terminan siendo factores determinantes.
Generalmente, no. ¿Por qué? Porque para conquistar el éxito se requiere una preparación previa; más tarde un aprendizaje inteligente para saber manejarlo y, finalmente, la clave de todo: sacar provecho del éxito, mantenerlo y hacerlo fructificar.
Ganar un espacio reconocido y aun más, "prestigioso" en la sociedad no responde a una serie de acciones mecánicas o automáticas; no se trata de una lucha feroz por la sobrevivencia, sino de un juego sutil, tan delicado como apasionante.
Y como en todo juego, no hay ciencia ni matemática exacta, existen imponderables que, aunque parezcan banales, terminan siendo factores determinantes.
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