
No hay indicadores de medida para el éxito. Pasarse treinta años de una vida dentro de un oscuro laboratorio para un día descubrir un remedio contra la alergia, puede parecer un triunfo para muchos. Para otros, los que sueñan con profesiones menos humanitarias y plazos más cortos, el logro científico les parecerá un fracaso: considerarán más exitoso a un joven ejecutivo que con sus habilidades y contactos logró ascender cuatro puestos en la escala jerárquica en menos de dos años. Sin embargo, cabe un común denominador para ambos ejemplos:
A) La búsqueda: Buscar algo, aunque sea durante toda una vida, con toda la energía y tesón del que se es capaz. Esa búsqueda puede ser en pos de un descubrimiento asombroso, un puesto jerárquico o un bien material, como una casa (o varias) un millón de dólares (o diez, o cien), fama o admiración.
B) El hallazgo: No sirve de nada buscar algo si no se lo encuentra. Para que haya éxito, no alcanza con la búsqueda. Casi podría decirse que búsqueda y hallazgo son condiciones necesarias, pero no suficientes en sí mismas para lograr el éxito. En otras palabras, una sin el otro, no garantiza nada. Si nos pasamos años buscando algo y nunca lo encontramos, habremos fracasado. Y si encontramos algo buscar y encontrar, no es cuestión de suerte o de coordenadas mágicas; tampoco puede brindar una explicación lógica el destino. Más bien, hay que remitirse a la palabra destreza.
Sin dudas, hay personas que están mejor adiestradas que otras para afrontar distintos desafíos. Ese entrenamiento y una gran intrepidez para participar en la carrera hacia una meta determinada, es la base fundamental para triunfar en todos los aspectos de nuestra existencia.
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