Luchar por conseguir lo que se quiere no significa tener que "vender el alma", sino hacer un ejercicio de introspección, internándose en uno mismo para conocerse a fondo y luego observar e interpretar las reacciones propias ante las realidades: sean gratificantes, comprometidas o adversas, que se nos plantean a diario.
•Compita: Manifiesta o disimulada, la competencia es imposible de evitar del todo; por lo tanto, corresponde enfrentarla.
•Compita: Manifiesta o disimulada, la competencia es imposible de evitar del todo; por lo tanto, corresponde enfrentarla.
• Adáptese: Para competir con éxito, una de las mejores armas es saber cómo adecuarse lo mejor posible a las múltiples situaciones que se presentan, sopesándolas con crudeza. Recuerde que adaptarse, nunca significa enfrentar.
• Conózcase: Esto significa que debemos tomar conciencia de hasta dónde llega nuestra capacidad y cuáles son nuestros límites.
• Valórese: Ligada obviamente a la anterior. Aquí no vale la falsa modestia. Es preciso reconocer sin enmascaramientos con qué cualidades contamos para triunfar.
•Sea humilde: Tampoco caigamos en la vanidad absurda; debemos tener bien en claro por qué resquicio de nuestra personalidad quedan al descubierto nuestros defectos. Este conocimiento profundo y descarnado de nosotros mismos, aunque a veces nos resulte doloroso, es sano, revelador y necesario. Nos permite no gastar inútilmente energías en ambiciones desmedidas y, también, no acurrucamos en un rincón, sintiéndonos disminuidos, cuando contamos con aptitudes que nos eran desconocidas para ocupar roles o desempeñar funciones de mayor envergadura.
• Conózcase: Esto significa que debemos tomar conciencia de hasta dónde llega nuestra capacidad y cuáles son nuestros límites.
• Valórese: Ligada obviamente a la anterior. Aquí no vale la falsa modestia. Es preciso reconocer sin enmascaramientos con qué cualidades contamos para triunfar.
•Sea humilde: Tampoco caigamos en la vanidad absurda; debemos tener bien en claro por qué resquicio de nuestra personalidad quedan al descubierto nuestros defectos. Este conocimiento profundo y descarnado de nosotros mismos, aunque a veces nos resulte doloroso, es sano, revelador y necesario. Nos permite no gastar inútilmente energías en ambiciones desmedidas y, también, no acurrucamos en un rincón, sintiéndonos disminuidos, cuando contamos con aptitudes que nos eran desconocidas para ocupar roles o desempeñar funciones de mayor envergadura.